Adolfo Bioy Casares és un autor que m'encanta. Diria que encara no n'hem parlat aquí. Va néixer, viure i morir a Buenos Aires, entre 1914 i 1999. Impulsà el gènere fantàstic i es dedicà fonamentalment a la narrativa, llarga i breu. L'any 1932 conegué Jorge Luis Borges i des d'aleshores van treballar junts en diverses ocasions, influenciant-se mútuament.
Al meu entendre, un magnífic escriptor argentí del segle passat que, tal vegada a l'ombra de Borges i de Cortázar, no ha estat tan considerat com es mereix. Els seus relats curts són una meravella.
Avui us presento un text esplèndid, una recreació d'un clàssic. Té relació amb un tema que ja havíem tractat en aquest bloc: el mite de Faust, la recerca de l'eterna joventut i de la immortalitat.
Per obrir boca, reprodueixo uns mots del mateix Bioy Casares, que tenen molt a veure amb el tema del relat. Us commino a no deixar de llegir-lo, negrots.
"No me gusta nada la idea de morir. Si pudiera vivir quinientos años aceptaría y pediría: ¿'no puede darme unos más'?"
(Adolfo Bioy Casares)
Las vísperas de Fausto
Esa noche de junio de 1540, en la cámara de la torre, el doctor Fausto recorría los anaqueles de su numerosa biblioteca. Se detenía aquí y allá; tomaba un volumen, lo hojeaba nerviosamente, volvía a dejarlo. Por fin escogió los Memorabilia de Jenofonte. Colocó el libro en el atril y se dispuso a leer. Miró hacia la ventana. Algo se había estremecido afuera. Fausto dijo en voz baja: "Un golpe de viento en el bosque". Se levantó, apartó bruscamente la cortina. Vio la noche, que los árboles agrandaban. Debajo de la mesa dormía Señor. La inocente respiración del perro afirmaba, tranquila y persuasiva como un amanecer, la realidad del mundo. Fausto pensó en el infierno. Veinticuatro años antes, a cambio de un invencible poder mágico, había vendido su alma al Diablo. Los años habían corrido con celeridad. El plazo expiraba a medianoche. No eran, todavía, las once. Fausto oyó unos pasos en la escalera; después, tres golpes en la puerta. Preguntó: "¿Quién llama?". "Yo", contestó una voz que el monosílabo no descubría, "yo". El doctor la había reconocido, pero sintió alguna irritación y repitió la pregunta. En tono de asombro y de reproche contestó su criado: "Yo, Wagner". Fausto abrió la puerta. El criado entró con la bandeja, la copa de vino del Rin y las tajadas de pan y comentó con aprobación risueña lo adicto que era su amo a ese refrigerio. Mientras Wagner explicaba, como tantas veces, que el lugar era muy solitario y que esas breves pláticas lo ayudaban a pasar la noche, Fausto pensó en la complaciente costumbre, que endulza y apresura la vida, tomó unos sorbos de vino, comió unos bocados de pan y, por un instante, se creyó seguro. Reflexionó: "Si no me alejo de Wagner y del perro no hay peligro". Resolvió confiar a Wagner sus terrores. Luego recapacitó: "Quién sabe los comentarios que haría". Era una persona supersticiosa (creía en la magia), con una plebeya afición por lo macabro, por lo truculento y por lo sentimental. El instinto le permitía ser vívido; la necedad, atroz. Fausto juzgó que no debía exponerse a nada que pudiera turbar su ánimo o su inteligencia. El reloj dio las once y media. Fausto pensó: "No podrán defenderme". Nada me salvará. Después hubo como un cambio de tono en su pensamiento; Fausto levantó la mirada y continuó: "Más vale estar solo cuando llegue Mefistófeles. Sin testigos, me defenderé mejor". Además, el incidente podía causar en la imaginación de Wagner (y acaso también en la indefensa irracionalidad del perro) una impresión demasiado espantosa.
-Ya es tarde, Wagner. Vete a dormir. Cuando el criado iba a llamar a Señor, Fausto lo detuvo y, con mucha ternura, despertó a su perro. Wagner recogió en la bandeja el plato del pan y la copa y se acercó a la puerta. El perro miró a su amo con ojos en que parecía arder, como una débil y oscura llama, todo el amor, toda la esperanza y toda la tristeza del mundo. Fausto hizo un ademán en dirección de Wagner, y el criado y el perro salieron. Cerró la puerta y miró a su alrededor. Vio la habitación, la mesa de trabajo, los íntimos volúmenes. Se dijo que no estaba tan solo. El reloj dio las doce menos cuarto. Con alguna vivacidad, Fausto se acercó a la ventana y entreabrió la cortina. En el camino a Finsterwalde vacilaba, remota, la luz de un coche."¡Huir en ese coche!", murmuró Fausto y le pareció que agonizaba de esperanza. Alejarse, he ahí lo imposible. No había corcel bastante rápido ni camino bastante largo. Entonces, como si en vez de la noche encontrara el día en la ventana, concibió una huida hacia el pasado; refugiarse en el año 1440; o más atrás aún: postergar por doscientos años la ineluctable medianoche. Se imaginó al pasado como a una tenebrosa región desconocida: pero, se preguntó, si antes no estuve allí ¿cómo puedo llegar ahora? ¿Como podía él introducir en el pasado un hecho nuevo? Vagamente recordó un verso de Agatón, citado por Aristóteles: "Ni el mismo Zeus puede alterar lo que ya ocurrió". Si nada podía modificar el pasado, esa infinita llanura que se prolongaba del otro lado de su nacimiento era inalcanzable para él. Quedaba, todavía, una escapatoria: Volver a nacer, llegar de nuevo a la hora terrible en que vendió su alma a Mefistófeles, venderla otra vez y cuando llegara, por fin, a esta noche, correrse una vez más al día del nacimiento. Miró el reloj. Faltaba poco para la medianoche. Quién sabe desde cuándo, se dijo, representaba su vida de soberbia, de perdición y de terrores; quién sabe desde cuándo engañaba a Mefistófeles. ¿Lo engañaba? ¿Esa interminable repetición de vidas ciegas no era su infierno? Fausto se sintió muy viejo y muy cansado. Su última reflexión fue, sin embargo, de fidelidad hacia la vida; pensó que en ella, no en la muerte, se deslizaba, como un agua oculta, el descanso. Con valerosa indiferencia postergó hasta el último instante la resolución de huir o de quedar.
-Ya es tarde, Wagner. Vete a dormir. Cuando el criado iba a llamar a Señor, Fausto lo detuvo y, con mucha ternura, despertó a su perro. Wagner recogió en la bandeja el plato del pan y la copa y se acercó a la puerta. El perro miró a su amo con ojos en que parecía arder, como una débil y oscura llama, todo el amor, toda la esperanza y toda la tristeza del mundo. Fausto hizo un ademán en dirección de Wagner, y el criado y el perro salieron. Cerró la puerta y miró a su alrededor. Vio la habitación, la mesa de trabajo, los íntimos volúmenes. Se dijo que no estaba tan solo. El reloj dio las doce menos cuarto. Con alguna vivacidad, Fausto se acercó a la ventana y entreabrió la cortina. En el camino a Finsterwalde vacilaba, remota, la luz de un coche."¡Huir en ese coche!", murmuró Fausto y le pareció que agonizaba de esperanza. Alejarse, he ahí lo imposible. No había corcel bastante rápido ni camino bastante largo. Entonces, como si en vez de la noche encontrara el día en la ventana, concibió una huida hacia el pasado; refugiarse en el año 1440; o más atrás aún: postergar por doscientos años la ineluctable medianoche. Se imaginó al pasado como a una tenebrosa región desconocida: pero, se preguntó, si antes no estuve allí ¿cómo puedo llegar ahora? ¿Como podía él introducir en el pasado un hecho nuevo? Vagamente recordó un verso de Agatón, citado por Aristóteles: "Ni el mismo Zeus puede alterar lo que ya ocurrió". Si nada podía modificar el pasado, esa infinita llanura que se prolongaba del otro lado de su nacimiento era inalcanzable para él. Quedaba, todavía, una escapatoria: Volver a nacer, llegar de nuevo a la hora terrible en que vendió su alma a Mefistófeles, venderla otra vez y cuando llegara, por fin, a esta noche, correrse una vez más al día del nacimiento. Miró el reloj. Faltaba poco para la medianoche. Quién sabe desde cuándo, se dijo, representaba su vida de soberbia, de perdición y de terrores; quién sabe desde cuándo engañaba a Mefistófeles. ¿Lo engañaba? ¿Esa interminable repetición de vidas ciegas no era su infierno? Fausto se sintió muy viejo y muy cansado. Su última reflexión fue, sin embargo, de fidelidad hacia la vida; pensó que en ella, no en la muerte, se deslizaba, como un agua oculta, el descanso. Con valerosa indiferencia postergó hasta el último instante la resolución de huir o de quedar.
La campana del reloj sonó...
Ah, la vida eterna... aquest gran dilema.
ResponEliminaPetons.
Devegades he pensat en aqust tema, al vida eterna?.. potser com la presenta Faust, sense dolors,(aixó la base principal); sense preocupacions económiques,.. veient l'evolució de la ciencia del món.
ResponEliminaPeró si veus que els del teu voltant no estàn en les mateixes condicions, ales.hores, prefereixo ser el esser mortal que soc, i anar veient com apareixen les arrugues les mancançes de l'edat..
jo envelleixo i els meus nets es fan grans.. a mi m'agradat molt el relat peró hem quedo sén la mecè,
ja ho va dir el Sr. Borges, lo mejor es viajar con ligero equipaje para poder recoger lo que aprendes andando por la vida.
M'agradat Anna
Gràcies a tots dos, i sobretot a tu, Mercè, per entrar i participar en aquest meu bloc.
ResponEliminaPetons.
Gràcies, Anna Mª! No el coneixia en conte. M´ha agradat molt. Aquesta reflexió que és a la vida i no a la mort que llisca, com un aigua oculta, el descans, el repós, m´ha colpit moltíssim. Només aquesta reflexió ja justifica el conte. Un petó Anna Mª!
ResponEliminaPenso com tu, Pilar. És un conte magnífic.
ResponEliminaEs possible que algú cregui en Déu o en el més enllà? Doncs, tot dependrà del clima cultural o religiós en el qual ens hàgim educat o viscut, o en la influencia de la lectura i els autors escollits; no és el mateix llegir a San Juan de la Cruz i a Balmés que a Bertrand Russell o Unamuno. Tot es pot argumentar i defensar, fins i tot les coses més Increibles. El que hem de fer, però, al meu entendre, es tenir respecte per les opinions dels altres, de tal manera que pot ser tan lícit assumir la creença de la vida eterna com pretendre refutar-la de manera intransigent. Això no obstant, podrien dir que una cosa es creure amb els avenços de la ciència i l’altre es assegurar que els miracles existeixen. En resum es pot parlar sobre la creença de la vida eterna, encara que no ho comparteixis.
ResponEliminaUna abraçada.
Jordi Canals
Bé, i tant, Jordi.
ResponEliminaDe tota manera, el text és un exercici de recreació del mite de Faust, i, per tant, tant se val allò que pensi l'autor. La cosa està per damunt de la qüestió religiosa. És pura literatura.
I, d'altra banda, quan hom parla de la vida eterna, és de la vida eterna en aquesta terra, de la immortalitat i l'eterna joventut. Com Faust, com Dorian Grey, etc. etc.
Gràcies per venir al meu espai negrot.
Ja, però tant si és en una altra vida com en aquesta, la immortalitat o el més enllà, es tracta de creure-s’ho o no. Bé et responc, més que res, en caràcter de prova.
ResponEliminaJordi
Mira, Jordi, que bé. Ha funcionat.
ResponEliminaPel que fa al relat, estem un bloc de literatura negra, criminal, fantàtica, de terror, etc. Gèneres tots ells que admeten i necessiten allunyar-se del concepte aristòtelic de mimesi i acceptar les regles del joc.
D'altra banda, les recreacions dels clàssics són, com he dit abans, tot una altra cosa
Petons.
Mmm... quina exquisitesa!
ResponEliminaSí, oi?
ResponEliminaHola, Anna Maria!
ResponEliminaAquest text és una petita joia!! Quant hi ha en aquestes línies!! El tema de Faust que sempre he relacionat amb la recerca del Sant Grial... la vida eterna...és clar que viure sense ànima o amb l'ànima que és d'un altre -del diable-...és viure realment??
El mite de Faust sempre estarà present.
Gràcies, Anna Maria!!
Bioy Casares escriu molt bé. Té molts relats magnífics. Te'l recomano.
ResponEliminaGràcies, Teresa. Sempre fidel a la negror.
Hola, he descobert el teu blog i m'ha agradat molt. M'he fet fidel seguidor, jo tinc un blog de cultura “L'imperdible de ℓ'Àηimα espero que també t'interessi!
ResponEliminaRecords i felicitats pel blog!
>Jordi Cirach
L'imperdible de ℓ'Àηimα
http://www.imperdibleanima.blogspot.com
Gràcies, Jordi. Ara mateix hi vaig.
ResponEliminaI espero que tu no deixis de passar per aquí.
Records
Hola,
ResponEliminaSí que és un bon regalet de diumenge. A mi també m’agrada molt Adolfo Bioy Casares, com també Boges i Cortázar, però com has dit no se’l coneix tant com als altres dos. Havia llegit aquest conte, fa molts anys, i m’ha agradat retrobar-lo. La prosa és magnífica i el suspens està molt ben aconseguit. Un conte que val la pena llegir més d’una vegada.
Petonets,
Shaudin